lunes, 15 de noviembre de 2010

Edward Artemiev's Musical Universe. Tatiana Yegorova

Edward Artemiev retratado en la portada de Edward Artemiev's Musical Universe
Portada de la biografía Edward Artemiev's 
Musical Universe de Tatiana Yegorova.
La historia de la música electrónica tras el Telón de Acero es uno de esos temas apasionantes y poco estudiados, sobre los que existe escasísima bibliografía disponible. Fue por ello una grata sorpresa localizar durante el verano de 2009 la biografía del gran compositor ruso Edward Artemiev llamada Edward Artemiev's Musical Universe, escrita por Tatiana Yegorova y publicada por la editorial rusa Vagrius en 2007.

Para el que no le conozca, Edward Artemiev (Novosibirsk, 1937), es un pionero en la extinta Unión Soviética de la música electrónica, en la que fue introducido por el ingeniero Evgeny Murzin, inventor de uno de los más singulares instrumentos electrónicos jamás creado; el sintetizador foto-electrónico ANS, del que ya hablaremos con mayor profundidad en otra entrada.

A lo largo de su trayectoria, Artemiev ha realizado álbumes de rock progresivo, música para teatro y televisión, los más diversos trabajos electroacústicos, óperas... pero sobre todo es conocido en occidente por su faceta como compositor de las bandas sonoras de dos de los más grandes cineastas rusos de todos los tiempos: Andrei Tarkovsky y Nikita Mikhalkov. Suyas son por ejemplo, las partituras de títulos emblemáticos como Solaris (1972), Zerkalo (1975), y Stalker (1979), de Tarkovsky y Urga (1991), Quemado por el Sol (1994), o 12 (2007), por parte de Mikhalkov.

Como suele suceder con muchos artistas, y a pesar de las más de 150 bandas sonoras cinematográficas realizadas y decenas de obras para otros medios, Edward Artemiev es más conocido en el extranjero que en la propia Rusia. En este sentido la obra de Tatiana Yegorova, tiene la intención de arrojar más luz sobre la vida personal y trayectoria musical de un músico poco reconocido pero imprescindible.

Tatiana Yegorova en el momento de escribir este libro era directora del Departamento de Investigación de Cultura Moderna en el Instituto de Estudios Sociales y Culturales de Moscú y previamente había sido autora de una obra monográfica titulada Soviet film music: an historical survey (Routledge, 1997), además de haber escrito decenas de artículos en prensa y publicaciones especializadas.

Como la propia autora indica en el libro, su objetivo con esta biografía no es limitarse a la carrera cinematográfica de Artemiev o a su faceta como músico electrónico, sino que persigue combinar ambos aspectos de su carrera y "crear un retrato multidimensional de un músico que es receptivo tanto a los nuevos descubrimientos en el arte contemporáneo, y a la vez es capaz de preservar la delicadeza de la herencia clásica de las generaciones anteriores".

Edward Artemiev's Musical Universe se abre y se cierra con una de esas partituras en papel milimetrado que a todo seguidor del Klaus Schulze de Timewind (1975), o del Jean Michel Jarre de Magnetic Fields (1981), le sonarán familiares por estar incluidos algunos fragmentos en los libretos de sus respectivos álbumes. La diferencia es que en el caso de Artemiev se trata de una curiosa partitura con forma circular de Solaris

La biografía es bastante precisa e informativa en las etapas iniciales de la vida de Artemiev, y en especial su período como estudiante en el Conservatorio de Moscú, que se trata en el primer y segundo capítulo. Con el tercero "Choice Of Career", la autora realiza un repaso introductorio de la música electrónica en la Unión Soviética y nos habla de la génesis del sintetizador ANS y de los primeros contactos de Edward Artemiev con el instrumento y con Evgeny Murzin.

Edward Artemiev componiendo en su estudio de Moscú
Edward Artemiev trabajando en su estudio de Moscú en los años 80.
El capítulo 4, "From Boyhood to Maturity", nos describe su trabajo en su primera banda sonora para la película Arena (Samson Samsonov, 1966), la creación de un estudio de vanguardia bajo la batuta de Evgeny Murzin en el que jóvenes compositores como Stanislav Kreitchi, Sofia GubaidulinaAlfred Schnittke o el propio Artemiev crearían algunas de las primeras piezas musicales electrónicas de la era soviética grabadas para un álbum, ANS - Electronic Music (Melodya, 1972), que incluía el tema "Into Space" de Artemiev y Kreitchi de 1961. Le siguió un segundo álbum titulado Musical Offering, que incluía sus piezas "Mosaics" (1967) y "Twelve Glimpses In The World Of Sound" (1969), que por cuestiones políticas no se editó hasta 1990. Este interesante capítulo, que nos muestra también la presión política ante manifestaciones culturales vanguardistas, concluye con el acercamiento de Artemiev al rock progresivo británico de los primeros años 70, en especial a la música de King Crimson, Pink Floyd y Emerson, Lake & Palmer, además de otros músicos que le impactaron como Klaus Schulze, Tangerine Dream, Kraftwerk y el griego Vangelis.

El capítulo 5, "Cinematograph", se centra en la fructífera colaboración de Artemiev con el director Andrei Tarkovsky, donde destaca el análisis pieza a pieza de la banda sonora de Solaris y uno mucho más superficial de Zerkalo y Stalker. A continuación se narra la relación personal y profesional del compositor con Nikita Mikhalkov en sus películas de los años 70 como The Slave Of Love (1975), y con Andrei Konchalovsky, hermano del anterior, en el film Siberiade (1979).

Por otro lado el sexto capítulo, "Confession", nos evoca al Edward Artemiev más ecléctico de los años 70, creando el grupo experimental de música electrónica Boomerang, componiendo para orquesta e instrumentos electrónicos y mostrando un enorme interés por las religiones orientales como el budismo, que le llevaron a realizar la composición sinfónica "The Seven Gates Into The World Of Satori" (1974). Por su parte, el LP Metamorphoses (1980), con versiones electrónicas de piezas de Prokofiev, Debussy o Bach, entre otros, se realizó en colaboración con Vladimir Martinov y Yuri Bogdanov, y fue creado íntegramente con el sintetizador EMS Synthi 100. De esta etapa destaca sobre todo su oratorio "The Ode To The Herald Of God" que tuvo un papel destacado en los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980. A partir de ese momento creció en occidente el interés por la obra de Artemiev.

No obstante, la fama y el reconocimiento no le llegaría al compositor hasta finales de los años 80, tal como refleja el séptimo capítulo titulado "World Fame". Artemiev crea un estudio privado en su casa moscovita, equipado con algunos de los más significativos instrumentos electrónicos del período, como el Yamaha DX7, E-mu Emulator II, Korg M1, Kurzweil K250 o un ordenador Apple Macintosh SE. Compone además la pieza electrónica "The Three Views Of The Revolution" dedicada al Bicentenario de la Revolución Francesa y que cosechó un gran éxito en el Festival Internacional de Música y Creación Electrónica de Bourges en 1989.

Entre 1987 y 1993 Artemiev trabajó en numerosos proyectos cinematográficos en Hollywood dirigidos en su mayor parte por compatriotas como Andrei Konchalovsky en films para los grandes estudios, aunque no abandonó del todo Europa y en los años 90 llevó a cabo una estrecha colaboración con Nikita Mikhalkov, especialmente en Quemado por el sol (1994), y El Barbero de Siberia (1998). Es de destacar también el análisis que realiza la autora de la excelente banda sonora de la mini-serie The Odyssey (1997), de Andrei Konchalovsky, basada en La Odisea de Homero.

El capítulo final, el octavo, se titula simplemente "The Opera", y está dedicado en exclusiva a la ópera Crimen y Castigo basada en la novela homónima de Fyodor Dovstoyevsky, que en 1978 Konchalovsky le ofreció componer a Artemiev. Diversos problemas y retrasos provocaron que este trabajo no fuera completado hasta el año 2002, y su edición en CD no viera la luz hasta 2008, treinta años más tarde.

En parte, ese retraso en la conclusión de la ópera retrasó a su vez la publicación del libro de Yegorova que nos ocupa. Prácticamente con eso, en la página 170 de las 255 de las que consta el libro, concluye Edward Artemiev's Musical Universe. A continuación, a modo de un extensísimo epílogo que se extiende a lo largo de más de ochenta páginas, la autora se limita a rellenar hojas incluyendo reseñas extraídas de internet sobre diferentes lanzamientos discográficos de Artemiev, dedica afortunadamente varias páginas al listado de obras del compositor y por último, en otra decisión sumamente criticable, incluye fragmentos de diversas partituras del compositor en las 45 páginas finales

Aunque no era realmente su objetivo, el libro de Tatiana Yegorova tampoco aporta demasiada información sobre el sintetizador ANS, con una serie de datos técnicos vagos y superficiales sobre sus características y se centra más en las vicisitudes de su creador, Evgeny Murzin, y en cómo Artemiev entra en contacto con el inventor y el instrumento. Probablemente la autora consideró que no debía desviar la atención de la figura de Artemiev, así como tampoco derivar el texto hacia una sucesión de características técnicas del instrumento en cuestión. 

Por otro lado, se agradecen los análisis en profundidad a la obra más reciente de Artemiev, tal es el caso de la banda sonora para la mini-serie The Odyssey o la ópera Crimen y Castigo, analizada pieza a pieza en un capítulo entero. En cambio, varias de sus obras como son Metamorphoses (1980), o Moods (1984), apenas son reseñadas con unos pocos datos. Por otra parte, la relación de Artemiev con el cine norteamericano está tratada tan superficialmente que a ojos de Yegorova parece carecer del suficiente interés o importancia, zanjando el tema en poco más de tres páginas y afirmando que "la experiencia le sirvió al compositor para dominar las más avanzadas tecnologías" y para "trabajar con orquestas sinfónicas", cosa que hasta entonces había hecho de manera irregular. 

En definitiva, la controvertida decisión de la autora de no aprovechar ochenta páginas para enriquecer la biografía, por ejemplo con más análisis de las obras de Artemiev, o quizá incluyendo una extensa entrevista con el compositor, para conocer de primera mano sus puntos de vista, provocan una cierta sensación de artificialidad, de biografía rutinaria, sin una verdadera unidad, que tal vez con el enfoque apuntado le habrían dado mayor profundidad y otro tono a la obra.

Edward Artemiev en el simposio del Festival Internacional de Música y Creación Electrónica de Bourges de 1989
Asistentes al simposio del Festival Internacional de Bourges en 1989.
Mención aparte merecen las cuarenta páginas de fotografías, aportadas personalmente por el matrimonio Artemiev de su archivo privado. Dejando de lado las horrendas fotos de las vacaciones del matrimonio en Hawaii, que no aportan absolutamente nada, el recorrido fotográfico por la vida musical y personal de Artemiev es sumamente interesante. Dentro de las fotografías familiares, que son las menos, se incluyen las habituales de la infancia y familia del artista y llaman sobre todo la atención las de Edward Artemiev junto a actores como Jack Nicholson o Marcello Mastroianni.

En lo que respecta a las fotografías profesionales, y obviando las de algunas entregas de premios en las que aparecen sujetos como Boris Yeltsin y Vladimir Putin, hay fotos ciertamente excepcionales, como las de Artemiev trabajando en su estudio, grabando en Estados Unidos, o con los directores y amigos Andrei Tarkovsky, Nikita Mikhalkov y Andrei Konchalovsky. 

No obstante, y desde mi punto de vista, por encima de todas destaca la fotografía de un posado de los invitados a la edición de 1989 del Festival International des Musiques et Créations Électroniques de Bourges (Francia). Ciertamente el tener en la misma foto a Robert Moog, Don Buchla, Peter Zinovieff, Oskar Sala, Lev Termen, Michel Waisvisz, Edward Artemiev o Jon Appleton, no se consigue todos los días. Sólo el mero hecho de ver a Sala y a Termen juntos en la misma foto es realmente emocionante.

Una trayectoria tan vasta como la de Artemiev, es el principal inconveniente de la biografía Edward Artemiev's Musical Universe. Aunque el esfuerzo de Yegorova es encomiable en lo que respecta a los análisis y a la recopilación fotográfica, la falta de profundización en temas importantes como los apuntados a lo largo de esta reseña, lastran la obra e impiden que se pueda calificar como un gran retrato biográfico y menos aún una obra definitiva. Su mayor baza es que es la única referencia bibliográfica dedicada por entero a la figura de Edward Artemiev, y por ello, con sus pros y sus contras, su lectura es ineludible. 

Por último, para los que estéis interesados en adquirir el libro, lo podéis solicitar directamente al sello Electroshock Records, dirigido por Artemiy Artemiev (hijo de Edward). El libro está disponible en ruso y en inglés, aunque la traducción en este último idioma es mediocre, se entiende perfectamente.

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