domingo, 10 de noviembre de 2013

I Dream Of Wires. Hardcore Edition

Carátula de la edición extendida 'Hardcore Edition' del documental canadiense I Dream Of Wires dedicado a retratar la escena de los sintetizadores modulares
Carátula de la 'Hardcore Edition' de cuatro horas de duración 
del documental I Dream Of Wires (Robert Fantinatto, 2013).
"El misterio que se esconde sobre qué motiva esta obsesión irracional está en el corazón de la película. Al final, se trata de un anhelo por algo auténtico, algo que se ha perdido en un mundo virtualizado".
Robert Fantinatto. Director de I Dream Of Wires para la revista Wired (2013).

Cuando en la década de los 80 la comercialización de novedosas tecnologías digitales casi provoca la extinción de los sintetizadores modulares, pocos podían imaginar que en la todavía lejana segunda década del siglo XXI alguien se acordaría de estos dinosaurios de otra era.

En aquel entonces, los sintetizadores modulares, que en un tiempo se asociaron con la carrera espacial y la ciencia ficción, ya no formaban parte de la ecuación de la modernidad. Su concepto, su tecnología y su aspecto se consideraban obsoletos, y por consiguiente debían dejar paso al pujante mundo digital y desaparecer inexorablemente.

Muchos artistas, obnubilados por los cantos de sirena de los nuevos avances tecnológicos aplicados a la música, acogieron con los brazos abiertos el futuro digital desdeñando el pasado analógico. Las pantallas y los botones, más propios de la informática, se erigieron como el presente y el radiante porvenir del sintetizador, a la vez que se iba perdiendo la plasticidad en la creación sonora en favor de un metódico jeroglífico de ceros y unos.

Sin embargo, la fecha de defunción de los sintetizadores modulares nunca tuvo un día y hora señaladas, simplemente dejaron de estar, fueron desapareciendo de muchos estudios y rara vez volvieron a mostrarse majestuosos sobre los escenarios. No obstante, jamás abandonarían los corazones de unos pocos irreductibles que se oponían con tozudez a su obsolescencia.

Reconquistar el terreno perdido ha sido una de las metas de esos irreductibles desde mediados de la década de los 90 hasta la actualidad. Nuevos fabricantes, nuevos músicos, nuevos aficionados configuran hoy una escena modular que vive en plena efervescencia, en la que se ha constituido y consolidado una comunidad muy activa, compacta e interconectada que impulsa una cultura alrededor de una gran pasión compartida.

Por este motivo cuando en 2011 se conocieron las primeras noticias sobre la realización de un proyecto documental dedicado a retratar el mundo y la subcultura de los sintetizadores modulares, una oleada de entusiasmo invadió los foros, blogs y webs especializadas. Por fin los amantes de los 'patch-cords' iban a ver reflejado su mundo, su indiosincrasia, en una película.

miércoles, 26 de junio de 2013

Oskar Sala. My Fascinating Instrument

My Fascinating Instrument (1990), el álbum del sello Erdenklang que revalorizó la figura de Oskar Sala y el Mixturtrautonium.
My Fascinating Instrument (1990), 
el álbum que dio a conocer a Oskar 
Sala a una nueva generación de oyentes.
Entre finales de los 80 y la década de los 90 la industria discográfica viviría una época dorada con la popularización masiva del disco compacto. Desarrollado por las multinacionales Philips y Sony durante la segunda mitad de los años 70 y presentado en 1980, el CD supondría el inicio de la revolución del audio digital doméstico. Tanto es así que el éxito del formato reduciría al disco de vinilo y al cassette -los anteriores estándares del mercado-, a su mínima expresión, dando inicio a un negocio multimillonario. 

Tanto las últimas novedades del mercado musical como las reediciones de los vastos fondos de catálogo de las grandes multinacionales verían nuevas ediciones en el nuevo estándar. Por lo general, todos aquellos artistas que habían cosechado éxitos y álbumes superventas en años y décadas anteriores, en especial dentro de la música popular, disfrutarían de rápidas y completas reediciones de sus obras. Otros, los menos conocidos y afortunados, tardarían años en ver publicado alguno de sus trabajos en el nuevo estándar, y muchos, jamás llegarían a despertar el interés de ninguna discográfica.

Lo cierto es que el proceso de concentración del mercado musical en manos de unas pocas compañías, así como la progresiva homogeneización de los catálogos de éstas en torno a unas fórmulas preestablecidas que relegaron a los productos menos rentables, se haría más patente que nunca en los años 90. Así, para dar salida a estilos musicales minoritarios proliferarían infinidad de pequeños sellos independientes, que no sólo serían responsables del descubrimiento de nuevos talentos, sino también los encargados de la recuperación de artistas olvidados.

En lo que respecta a la música electrónica, la aparición de multitud de estos pequeños sellos independientes y especializados propiciaría una época pródiga en resurrecciones musicales en la que se rescatarían del olvido grabaciones históricas de un buen número de pioneros, a menudo piezas de auténtica arqueología sonora. 

En 1989 el sello Small Planet Records reeditaba en CD, tras más de una década desde su primera edición limitada en elepé, la banda sonora del clásico del cine de ciencia ficción, Forbidden Planet (Fred M. Wilcox, 1956), que volvería a atraer la atención hacia el papel crucial de Louis y Bebe Barron como precursores del diseño sonoro y la música electrónica en el séptimo arte.

Casi al final de su periplo vital Lev Termen, recibiría el reconocimiento a una vida de película gracias al documental Theremin: An Electronic Odyssey (Steve M. Martin, 1994). Su musa y primera diva del theremin, Clara Rockmore, olvidada durante lustros, vería cómo gracias a su papel estelar en el film, suscitaba un renovado interés y veneración entre centenares de thereministas de todo el mundo, tras décadas de infatigable trabajo promocionando el instrumento. Con el éxito del film de Martin, su LP The Art Of The Theremin (Delos, 1977), reeditado en CD en 1987, volvería a convertirse en una referencia ineludible para todo estudiante que se precie de la técnica del theremin.

El gran Raymond Scott fue un ejemplo de músico con alma de ingeniero. Scott fallecería en 1994, pero tan sólo tres años más tarde se reeditaría en disco compacto su trilogía de proto-ambient de 1964 Soothing Sounds For Baby (Basta, 1997), que sería la antesala de la magna antología Manhattan Research Inc. (Basta, 2000), sobre su obra electrónica para el mundo televisivo en los años 50 y 60. Otro músico olvidado tras casi veinte años, el francés Jean-Jacques Perrey, precursor del pop electrónico, resurgiría en 1997 reivindicado por las nuevas generaciones encarnadas por artistas como AIR o Luke Vibertgracias a su célebre tema "E.V.A."

Tampoco hay que olvidar la recuperación de los "Electrosonics" holandeses Tom Dissevelt y Dick Raaijmakers (bajo el alias de Kid Baltan), que sin duda marcarían un hito en la música electrónica popular con sus grabaciones realizadas entre 1957 y 1961 en el NatLab de la multinacional Philips en Eindhoven, y que serían puestas de relieve en el seminal elepé Song Of The Second Moon (1962/1968), que verían la luz en CD en el monumental sampler Popular Electronics: Early Dutch Electronic Music From Philips Research Laboratories (1956 - 1963) (Basta, 2004).

También sería un tiempo para el descubrimiento de pioneros que habían realizado importantes aportaciones técnicas y musicales alejadas de la ortodoxia. En 1999 se reeditaría en disco compacto Compositions Demonstrations 1946-1974 dedicado a la obra del insigne pionero canadiense Hugh Le Caine, a la vez que se publicaba una extensa biografía sobre su vida y obra. Unos años más tarde el artista multidisciplinar finlandés Erkki Kurenniemi también sería objeto de reconocimiento mediante la antología Äänityksiä / Recordings 1963-1973 (Love Records, 2002), y el film Future Is Not What It Used To Be (Mika Taanila, 2002).

Más adelante, ya en la primera década del siglo XXI vendría la recuperación de otras grandes figuras de la vertiente popular del sonido electrónico como Daphne Oram, Delia Derbyshire (y en general todo el trabajo del BBC Radiophonic Workshop), así como el legado de otros artistas olvidados como el canadiense Bruce Haack, o genios desconocidos como el austriaco Max Brand.

Pero rebobinemos hasta 1990. En aquel año, otro pionero que había pasado casi a hurtadillas por la "historia oficial" de la música electrónica, a pesar de haber realizado significativas aportaciones técnicas y musicales, iniciaba con ochenta años su segunda juventud publicando su primera referencia discográfica en CD. Su nombre, Oskar Sala

viernes, 8 de marzo de 2013

Analog Days. The Invention And Impact Of The Moog Synthesizer. Trevor Pinch / Frank Trocco

El libro de Trevor Pinch y Frank Trocco Analog Days: The Invention And Impact Of The Moog Synthesizer.
Portada de la primera edición de Analog Days. The Invention 
 And Impact Of The Moog Synthesizer (2002).
"Siempre tuve problemas para diferenciar negocio de hobby... era divertido, era interesante, tal vez conduciría a alguna parte ¿quién sabe?".
Bob Moog (en Analog Days).

A lo largo de la historia de la música electrónica, como de la tecnología en general, han existido momentos, favorecidos siempre por avances revolucionarios, que han dado paso a su alrededor a toda una serie de transformaciones técnico-artísticas que marcarían su evolución. 

La primera transformación en esa revolución eléctrica con fines musicales se produjo a finales del siglo XIX con el desarrollo de la técnica de las ruedas fónicas electromagnéticas o "tonewheels", que aunque tuvo un ámbito de aplicación limitado, dio pie a la invención de un instrumento de naturaleza electromecánica como el Telharmonium (1897), en cuya tecnología se inspiraría el posterior órgano Hammond (1935).

La creación de la lámpara de vacío (audión), en 1906 por parte de Lee De Forest sería el detonante para el inicio de la revolución electrónica en el siglo XX mediante numerosas innovaciones en campos como el de la telefonía o la radio, pero también en el de instrumentos musicales basados en esa tecnología, como el célebre Theremin (primer instrumento electrónico fabricado en serie), el Ondes Martenot o el Trautoniumque nacerían durante la explosión de la radiodifusión en los años 20 y 30.

El desarrollo de los primeros magnetófonos y la cinta magnetofónica en Alemania a mediados de los años 30 y su uso intensivo sobre todo en emisiones radiofónicas de propaganda durante la Segunda Guerra Mundial, supondría, ya en la posguerra, con la comercialización de las primeras grabadoras en 1948, la aparición de nuevas técnicas para la manipulación sonora, que sin duda tendrían en la musique concrète de Pierre Schaeffer y Pierre Henry un nuevo paradigma, una nueva formulación del arte de trabajar con los sonidos.

No obstante, otra tecnología en ciernes daría lugar a nuevos cambios. La invención del transistor a finales de 1947 en los Bell Labs, marcaría una nueva era que transformaría la vida en la sociedad de la segunda mitad del siglo XX. Los usos prácticos del transistor estarían presentes en toda clase de electrodomésticos durante más de tres décadas hasta la popularización de la tecnología CMOS.

Con la aparición de toda nueva tecnología se suele desarrollar una industria que la acerca a la sociedad. A finales de los años 50 no existía nada similar a una industria de instrumentos electrónicosEfectivamente había diversos fabricantes de órganos eléctricos como HammondWurlitzer, Baldwin o Rodgers, que estaban dando tímidos pasos hacia nuevos equipos basados parcialmente en el transistor, pero que todavía basaban la mayor parte de sus productos en el tubo de vacío

Asimismo, desde la década de 1940 habían proliferado una serie de teclados electrónicos monofónicos y portátiles que gozaron de cierto éxito comercial entre músicos aficionados y profesionales, que se utilizaban como acompañamiento del piano o del órgano y que se caracterizaban por su capacidad para recrear violines, instrumentos de viento o percusiones. El Hammond Solovox, el Ondioline de Georges Jenny y el Clavioline (del que se vendieron alrededor de treinta mil unidades en todo el mundo), se fundamentaban en conceptos similares, pero todos ellos tenían como base la lámpara de vacío, una tecnología obsoleta cuando estos equipos y otros similares como el Univox, el Combichord o el Pianoline, alcanzaron su mayor repercusión durante los años 50 y comienzos de los 60.

Lo cierto es que a finales de los años 50 el concepto de 'sintetizador' era todavía una idea vaga, difusa, incluso la propia palabra era un neologismo que apenas usaba un puñado de científicos y técnicos. Sin embargo había habido precursores de ese concepto indeterminado como el Hammond Novachord (1939), el Electronic Sackbut (1948), del pionero canadiense Hugh Le Caine, que tenía el mérito de ser el primer precedente del sintetizador moderno controlado por voltaje, o incluso el propio Mixturtrautonium (1952), de Oskar Sala. No obstante, el único sintetizador como tal era el RCA Mk II Sound Synthesizer (1957), desarrollado por Harry Olson y Herbert Belar y sito en el Columbia-Princeton Electronic Music Center. El instrumento en cuestión estaba basado en la válvula de vacío, constaba de un conjunto de módulos que ocupaban una habitación entera y no se podía ejecutar en tiempo real. 

Con estos antecedentes (todos ellos a día de hoy venerables piezas de museo), obsta decir que nadie había logrado con éxito fabricar sintetizadores basados en el transistor con fines comerciales. Pocos, por tanto, podían esperar que en 1964 un joven neoyorquino de treinta años llamado Robert Arthur Moog a punto de doctorarse en ingeniería física por la Universidad de Cornell y que desde los diecinueve años de edad fabricaba y vendía theremines como hobby habría de sentar las bases de una industria musical nueva; la de los sintetizadores.

La fascinante historia de los inicios de esta industria y la repercusión que tendría en buena parte de la música del último tercio del siglo XX, queda recogida en Analog Days. The Invention And Impact Of The Moog Synthesizer (Harvard University Press, 2002), de Trevor Pinch y Frank Trocco.